30 de noviembre de 2013

Las cartas de Guido


En sus años de juventud —aunque ahora me pregunto si no fue siempre joven, joven hasta su prematura muerte—, Guido vivió y padeció los amores más intensos que son casi siempre amores imposibles. Sus mejores y peores páginas —siempre las más sinceras— son frutos de color y aroma exótico. Ciruelas del tamaño de un melón, guayabas del color de la cereza encarnada…

Aquí, como tesoro, tengo su papelería, o lo que queda de ella (Guido solía decir que los papeles nacen para alimentar ventoleras y llamas). Entre poemas fragmentarios, pedazos de cuentos y novelas nunca concluidas hay también algunas cartas sin destinatario explícito; a veces llego a pensar que también son parte de toda esa ficción en que se sumergió la vida de Guido. «¿Hay algo más irreal que lo escrito? ¿Hay algo más real?», solía decir él, con ese gusto excesivo por la paradoja y el relativismo. Siempre sonreía cuando decía cosas así y quien lo escuchaba terminaba por desviar la conversación hacia temas más terrenales.

Aquí está una de esas cartas que Guido escribió a una amiga, confidente no sé si real o imaginaria. Ya poco importa; o quizás, como diría Guido, importe acaso demasiado.

Yo tampoco sé, amiga, mi Sol, por qué voy contra el muro de cabeza. Supongo uno nunca sabe cuando cae en picada, pero caemos. Quizás necesito eso como modo de vivir. Quizás es ella lo que siempre busqué. Y lo digo por las frases que completamos juntos, a la vez, sin que nadie nos fuerce a hacerlo. Lo digo porque no hace falta una mirada de fuego, un roce cálido, para consumar la imantación que considero mutua. Por esas llamadas largas que van de un día a otro, consumen las horas que se gastan como velas de saliva. Yo no sé, amiga, pero en este preciso instante pienso que no hay dos como ella y que eso no significa mejor ni peor, ni más linda ni más sabia, sino «compatibilidad»; aunque tal vez ni siquiera sea eso, ya no sé nada a ciencia cierta. Lo que sé es que no sé, pero golpeo mi cabeza contra el muro y es un dolor dulce, dulce, mil veces dulce... Yo no entiendo, pero supongo que queriendo así —con esperanzas o sin ellas, o contra ellas—, soy más o menos feliz, y me siento vivo como nunca. Realmente vivo que es, en suma, estar medio muerto de amor. También te extraño, a pesar de mi muro y los golpes y el silencio. ¿Estás en la ciudad? A veces me parece que no, que en realidad estás más lejos. En ocasiones tus cartas son como un hilo tenso y necesito ese rastro para orientarme, para saber qué soy, a dónde voy, de dónde vengo. ¿Entiendes eso? Debes entender, eres la única que me entiende cuando ni yo mismo me comprendo. Un beso, un abrazo, siempre tu…

                                                                                                    GUIDO

13 de noviembre de 2013

Mar 1














y se mira en el espejo
—el del cuarto
el del baño—
y solo ve el mar
saliéndole por los ojos
la nariz
la boca
todo el mar en su cara
y no se ahoga

ya quisiera
ahogarse